Mi Amo me ha ordenado que escriba sobre
nuestro primer encuentro..
Ciudad de México
Paseo de la Reforma
Finalmente mis pies tocaban suelo mexicano. Hacía varias horas
que había caído el manto de la noche y mi Amado estaba allí en el mismo Hotel,
aguardando por mí en alguna habitación del piso superior confiando en que
acudiría a nuestra cita. Sería la primera vez que nuestros cuerpos se tocarían
de la manera íntima que ambos llevábamos tanto tiempo fantaseando, pues la
distancia que hasta ese momento había estado de por medio, dejaba un vacío que
sólo era mitigado por la promesa de nuestra mutua necesidad siendo satisfecha.
Y era tal la ansiedad que padecía allí, sola en el cuarto de baño de mi
recámara, que no dudé en volver a repasar cada detalle de mi cuerpo buscando
cualquier cosa que a Él pudiera desagradarle; aunque había afeitado mis piernas
el día anterior al vuelo, volví a repetir
la tarea, Él merecía disfrutar de toda la suavidad posible bajo sus sagradas
manos. Peiné mi cabello -que en aquél entonces era rojo- una y otra vez hasta
que estuve contenta con el resultado; me pregunté si debía usar maquillaje,
pero recordé que a mi Señor no le agradaba el aroma y mucho menos el sabor
artificial que dejaba en los labios, por lo que simplemente dibujé en mis
ojos con el lápiz delineador, esos "rabillos" felinos que tanto me
gustaban y que tuve que corregir un par de veces, porque mi cuerpo antes que mi
mente sabía que el momento había llegado. Mis manos temblaban, me apoyé sobre
el lavabo para recuperar el aliento, miré mi reflejo pero la chica que me
devolvía la mirada no estaba asustada, sonreía radiante sabiendo que dentro de
unos minutos se entregaría al hombre de sus sueños, no a un cualquiera. Tras
inspirar profundamente salí al corredor.
Ni un alma había en el pasillo, lo cual era bueno porque yo
apenas llevaba una camisola de raso color azul profundo, a juego con la bata.
Silenciosos eran mis pasos mientras me deslizaba escaleras arriba. No
recuerdo si llevaba o no sandalias, yo sentía que flotaba; era vapor
evanescente impelido por el deseo, no por el viento. Y ya ante aquella puerta,
detrás de la cuál me encontraría cara a cara con mi destino, supe que no había
otro sitio en el mundo en el que quisiera estar; aunque fuese yo un sacrificio
con forma de doncella para aplacar la ira de un Rey o una Bestia, de hecho...
Tal perspectiva me excitó. Di un par de golpecitos a la puerta, ya estaba
hecho, llegué al fin del camino y sólo quedaba esperar.
Pero mi Amo no respondió con demora. En menos de diez segundos
la puerta se abrió y de la oscuridad emergió su silueta erguida en toda su
altura; la camiseta negra, sus cabellos color azabache, la barba haciendo
contraste con su piel blanca... Pero lo más impactante eran sus ojos, negros...
Pura magia negra y seducción hecha hombre. Dejé de respirar en ese instante,
completamente absorta durante lo que me pareció toda una eternidad, hasta que
el hechizo fue roto por el sonido de su voz.
- Veniste...- Dijo.
- Claro que si - Le respondí yo casi en un suspiro.
Me pregunté como era posible que llegara a pensar que yo podía
plantarlo, pero recordé mis errores pasados y en silencio me juré a mi misma
que haría lo imposible para no decepcionarlo.
El verlo allí frente a mí, un delirio materializado, doblegó
todo anhelo egoísta. Sentí la imperiosa necesidad de complacerlo.
Cuando
me di cuenta ya estábamos adentro. Él cerró la puerta y pasó el pestillo. Yo,
sin pensármelo dos veces me arrodillé ante mi Señor, dejándome llevar por un
instinto desconocido e inesperado, que barrió con la lógica y exigía una
demostración de devoción en la que el placer de Él sería la máxima
meta, y el mío su consecuencia. Pero al momento de empezar a desabrochar su
pantalón, Él me detuvo.
-
No hagas eso
¿Acaso
habría hecho algo mal? No me atreví si quiera a mirarlo debido a la vergüenza
de creer que me había equivocado. Tal vez pensaba que era yo demasiado guarra y
que sólo quería sexo.
Me
tomó por las manos para ayudar a que volviese a ponerme en pie, y sin más
preámbulo unió su boca a la mía con el sentimiento ambiguo de la pasión
posesiva queriendo ocultarse tras una máscara no menos honesta de ternura. Con
ese beso mi Señor asió las riendas de mi cuerpo y me guió hasta la cama; con
sus grandes manos fue deslizando la tela de la bata, apartándola de mis
hombros; noté la transición de sus emociones, del amor más cuidadoso, al
deseo a duras penas contenido cuando dejó caer al suelo la camisola azul y
descubrió mi lencería negra. Sólo entonces recordé que decidí dejármela puesta
ya que intuí que el detalle sería de su agrado, y su expresión corroboró esa
sospecha.
Si
ya estando acostada me sentía íntimamente vulnerable, cuando él me despojó de
las bragas estuve completamente indefensa. Yo además había rasurado mi
sexo, lo que contribuyó a dicha sensación. Estaba expuesta.
Una
ofrenda.
Respiraba
como si hubiera estado corriendo kilómetros, y en ese segundo que él se hincó
separándome las piernas creí que moriría de la desesperante ansía.
Su
lengua comenzó a consentir mi sexo, y a pesar de que mi cuerpo agradeció tan
necesitada caricia, al principio no pude disfrutarla plenamente porque me
debatía con la idea de que no debía ser complacida antes que mi amado...
Extraño pero cierto. Mas, enseguida entendí que si así él lo dispuso yo no era
quien para negarle su antojo. Y me dejé llevar... Fue como volver al Edén; me
llevó al nirvana en sólo un momento.
Intercambiamos
lugares, él se acostó en la cama con su miembro ya afuera, duro. Se me hizo tan
apetecible que prácticamente -y en mi estado de excitación- me abalancé sobre
Él como una leona hambrienta. Al lamerlo no percibí el aroma desagradable ni el
sabor que secretamente había estado esperando, en lo absoluto; todo en mi Amo
era sensualidad, diferente a todo lo que había llegado a entrever durante una
juventud de curiosidad libidinosa.
No
se dejó venir en mi boca, Él tenía otros planes antes de eso. Así que me
recordó la manera en la que quería que yo me entregara, porque no me tomaría Él
a mí... Su doncella llevaría a cabo dicho ritual.
Con
los nervios a flor de piel, me coloqué a horcajadas sobre su cuerpo, dejando mi
sexo justo sobre su miembro. Y sin saber lo que hacía pero con una sonrisa
inocente en el rostro, tomé su pene con mi mano e intenté sostenerlo para que
entrase poco a poco en mi vagina. Una vez sin éxito y la siguiente siendo
sorprendida por un dolor que no era ajeno a la "teoría" que conocía
ya, pero que seguía siendo incomprensible. Me dije a mi misma que pasaría, y
aunque éste no hacía otra cosa que empeorar, recordé mi juramento, no podía
echarme para atrás por lo que continué hasta que me hube enterrado totalmente
en su pene. Estaba contenta, pero al mismo tiempo adolorida y decepcionada de
mí, porque sentía que le debía a Él mi placer, que esa era también una ofrenda.
Mi
Amo debió percatarse de esto, porque me tomó por la cintura y me apartó con
cuidado. Me tranquilizó puesto que había hecho lo que Él quería. Se movió para situarse sobre mi, levantó mis piernas colocando una y la otra a cada lado de su cabeza; sus manos sujetaron las mías contra la almohada y entrelazó nuestros dedos. Me miró mientras volvía a unir nuestros cuerpos, en ese intervalo supe que mi historia acababa de ser reescrita, no habría un Antes de Él ni un Después, sólo Él.
Ignoro
por qué, pero después llevé mis dedos a mi sexo y cuando volví a mirarlos
estaban llenos de sangre. Estupefacta, porque creía que ya era imposible que
eso pasara, se los mostré a mi Dueño; estallé en risas de alegría. Pero Él
quiso comprobarlo de primera mano y me recostó nuevamente, abrió mis piernas.
Sea lo que sea que la visión de la sangre despertó en su ser, no me lo
esperaba. Comenzó a lamer y a succionar con verdadera necesidad mi sangre, como
si estuviera sediento; con los labios y la barba teñidos de rojo, me besó.
Quizás fue ese el beso más excitante de toda mi vida, porque el sabor de la
sangre junto con el delicioso sentir de su boca despertó nuevas sensaciones en
mí.
Tras una exclamación, cuando el encanto de aquél beso aún pendía en el aire, aferró mis caderas, me empinó y esta vez fue Él quien me poseyó. Entró e mí con fuerza, adaptándose rápidamente a la estrechez de mi vagina que continuó penetrando sin dar tregua. Había dejado de ser el hombre atento que me recibió en un principio, pero no era como si alguien más hubiera llegado para ocupar su lugar, yo sabía que seguía siendo mi Amado pero estaba mostrando su verdadera apariencia, su ser amplificado. Y eso lo adoré, lo supe porque en cuanto comenzó a azotar mis nalgas no me asusté, el hecho me excitó más.
Pero
mi Amo no había acabado allí, sin previo aviso me tumbó boca abajo contra las
almohadas, separó mis nalgas y empezó a lamer mi ano.
-¡No!-
fue lo primero que dije
-¿Por
qué?
-A
lo mejor no te gusta...
-
Silencio
Y
continuó. Lo hizo por largo rato, pero justo cuando estaba por comenzar a
gozarlo se detuvo. Lo siguiente que sentí fue su miembro intentando entrar en
mi ano, a lo cual mi cuerpo opuso natural resistencia, pero Él no desistió
hasta que entró. El dolor era muy intenso, me arrancó gemidos muy fuertes
mientras que mi Señor continuaba abriéndose paso hasta que hubo llegado al
límite. Comenzó a moverse hacía afuera y a adentro de nuevo; el ritmo no era
suave, eran embestidas demandantes, hasta que lo que empezó siendo una
tortura de forma repentina se volvió algo placentero. No, no había dejado de
doler... Y me estaba gustando.
Gemía
tan fuerte que seguramente más de uno habrá podido escucharme, pero era tan
sexy. Me aferraba con uñas y dientes a la almohada.
-
Me duele... - Repetía yo hacía el final. Y mi Amo se detuvo, salió de mi.
-¿Entonces
por qué estas tan mojada?-
No
supe que responder ya que tenía toda la razón. Sentía mis muslos húmedos y me
reí. Estaba húmeda como nunca, roja, caliente.
Permanecimos en silencio un par de minutos en los cuales tenía Él su mirada posada en mi rostro, estudiándome, yo, sonriente le dediqué una sonrisa y me pidió que fuera al baño a asearme. Podía percibir su preocupación, eso me conmovió.
Nos
levantamos, Él fue a sentarse en una silla cerca de la cama; yo me subí sobre
sus piernas mirándolo. Volvió a penetrar mi coño y aunque en esa ocasión entró
muy fácil, seguía doliendo. No me importó, así que no nos detuvimos hasta que
notamos que la silla no aguantaría demasiado.
Nuevamente
apesadumbrada me dirigí a la ventana, cual era bastante grande y tenía una
panorámica interesante con el famoso monumento del Ángel hasta el fondo. La luz
azulada de los faroles iluminaba la habitación a oscuras.
-
Lo siento, creí que dejaría de doler... - Musité
-
No te preocupes.
Me
abrazó por la espalda unos segundos, ya que casi de inmediato empujó mi cuerpo
contra el frío cristal -las cortinas estaban descorridas-, levantó una de mis
piernas por el muslo y volvió a penetrarme por el ano. Esta vez me gustó más,
mi aliento empaño el vidrio. Puede que algún curioso estuviera observándonos en
el edificio de enfrente, pero era una posibilidad que aumentaba mi morbo.
-Te
mojas así cuando te cojo de esta manera porque fuiste hecha para mí. Eres
perfecta... - Dijo Él entre suspiros. Y yo me sentí eufórica, era su mujer,
suya.